Cuentos de Navidad: Una Navidad incierta

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    La primera vez que advirtió los rumores fue la semana del día de las velitas. No después, sino antes, quizás uno o dos días atrás; sin embargo, esto no impidió que esa noche la hubieran pasado de maravilla, prendiendo farolitos alrededor del jardín que custodia la entrada de la casa, comiendo natilla y dando después algunas vueltas por el barrio. Era el único día del año en que el conjunto parecía integrarse, cuando los vecinos intercambiaban palabras cordiales o saludos efusivos animados por unas copas de vino. En particular a Mendieta la época que estaban viviendo le resultaba algo muy parecido a la plenitud, oa la que imaginó de la plenitud durante tantos años en que el horizonte se le presentó difuso y el camino se le había escarpado, agobiándolo con deudas y asuntos de Otra índole que ya no le gusta recordar. Ahora era diferente, porque la casa la habían terminado de pagar hacía poco más de cinco años. Luciana se destacaba en el colegio y JuanSe, además de aplicado, era un deportista ejemplar. Su relación con Tatiana, aunque en los primeros años tuvo tropiezos, traspiés que aún así nunca amenazaron el matrimonio, desde hacía poco más de diez años había entrado en modo crucero, amándose de una manera genuina, sin alteraciones ni aspavientos.

    Los rumores lo que decían era que iban a hacer un recorte grande de personal, que del equipo cortarían algunas cabezas. En realidad habladurías así sucedían en la empresa cada cierto tiempo; en ocasiones no se concretaban, y en otras Mendieta, que gozaba de prestigio en la compañía por su experiencia y conocimiento, lograba salir airoso, aferrado como siempre a su aplomo, a un decoro corporativo que lo blindaba de reyertas laborales. Su ánimo nunca había sido pendenciero; Todo lo contrario, acataba las instrucciones de sus jefes sin renunciar a su carácter crítico. Pero esta vez parecía todo indicar que Mendieta no saldría adelante. Quien se lo dijo fue Ramírez en medio de su desparpajo, habitual en treintañeros como él; parce, como que van por vos, por mí y por Serrano. A Mendieta no se le hizo extraño, pues desde que habían cambiado a el jefe, de las reuniones de seguimiento de equipo salía con una sensación etérea, como si después de una hora de tocar asuntos cruciales no se definiera nada. En momentos así a Mendieta le parecía que sus aportes sobraban. Nada como antes, cuando estaba Vanessa, su antigua jefe, que no solo era una mujer estratégica, sino que poseía una capacidad de ejecución admirable, escuchando, tomando nota, definiendo próximos pasos y haciéndoles seguimiento. Entonces no se le hacía raro que el equipo se estuviera yendo al garete; o bien que, como decía el rumor del que Ramírez le dio un recuento minucioso, todo se tratara de reducir gastos, para mostrar eficacia operativa con menos recursos.

    Lo que le dolía a Mendieta es que todo esto hubiera adquirido más fuerza de lo habitual justo en
    la temporada de Navidad, en la que en la familia solían andar todos los días de un ánimo jubiloso

    Lo que le dolía a Mendieta es que todo esto había adquirido más fuerza de lo habitual justo en la temporada de Navidad, en la que en la familia solían andar todos los días de un ánimo jubiloso, turnándose las novenas entre sus hermanos, de correría entre una casa y otra. Estaba, también, el hecho de que se viniera el campeonato nacional de JuanSe, que suponía para ellos un gasto considerable, y al que no sabía ahora si iba a meterse o no, ante la posibilidad de quedarse sin trabajo. Tenía la certeza de que a su edad conseguiría otro le resultaría complicado. A Rosero le había sucedido lo mismo, dos años atrás; conseguir no consiguió nada, así que ahora llevaba con una hidalguía impostada la etiqueta de independiente o freelance, que a lo sumo le daba algunas cuantas horas de consultoría al mes que según sus propias palabras no le alcanzaban para nada.

    En todo esto pensaba Mendieta, poco antes de entregarse a la faena de salida de la oficina, cuando lo llamó Tatiana, preocupada porque no había tenido tiempo para ir por la natilla, y quería saber si a él le quedaba bien traerla de camino a casa. . Bajando por la Avenida de las Villas consigues, aseguró, rematando su afirmación con un resoplido, que era su forma de decirle lo atareada que había estado. De la morenita y también de la blanca, porque a la abuela Rosario no le gusta de la otra. En eso fue enfática. Mendieta, preocupada por una discusión que acababa de tener con su jefe, que objetó cada una de las conclusiones de un informe en el que él particularmente se había esmerado, le contestó que sí, que claro, que él se encargaba de eso, que perdiera. cuidado.

    En realidad con su jefe no había tenido ninguna discusión. En otras condiciones lo hubiera sido, porque aunque él era un tipo dócil, que acataba, solía tener el carácter para poner en firme lo que pensaba, aunque dejara en claro que se haría lo que se le indicará. En esto Mendieta no se hacía líos. Pero en esta ocasión en que el clima de la oficina estaba tan enrarecido, Mendieta se había dedicado a asentir tras las objeciones del jefe, aunque sus argumentos le parecieran de una ridiculez exasperante. De aquel episodio le quedó claro que era el preámbulo de lo que vendría después; era la manera a la que apelaba su jefe para preparar el terreno, para decirle después que muchas gracias, que no iba a seguir, que ahí terminaban sus veinte años en la compañía. Fue así como Mendieta salió de la oficina con su cabeza hecha un desbarajuste, pensando cuál sería la suerte de su familia si perdía su trabajo justo ahora. Se preguntaba qué pasaría después, cuando JuanSe entrara a la universidad y se vinieran tantos gastos. Para esto faltaban poco más de dos años. Y hacía también estaba Luciana, a quien poco le había celebrado los diez años, así que su futuro dependía en gran parte de que él estuviera empleado. De conseguir iba a conseguir, de eso estaba seguro; el asunto es qué tanto iba a tomarle, los traspiés económicos que esto implicara, las alteraciones de sus aviones, el deporte de JuanSe, que era tan demandante, las vacaciones en Orlando que le había prometido a Luciana por los diez años.

    Mendieta recordó la natilla y los buñuelos solo en el momento en que entró en la casa, la sala llena de tíos, Luciana arrojándosele a los brazos, JuanSe sentado en un sofá jugando en la tablet, Tatiana, que detuvo una sonrisa que le volvió su lugar a un gesto de perplejidad al comprobar que no traía nada en las manos. Cuando quiso regresarse hacia el carro Tatiana lo alcanzó para explicarle que no tenía sentido, las filas de seguro serían enormes. Le preguntó por qué había tardado tanto tiempo en llegar; Ella había asumido que tardaban en entregarle el pedido. Mendieta hizo un gesto a medio camino entre la frustración y el hastío; no por ella, que aunque lo asediara con preguntas no iba a dejar que su olvido trascendiera, porque de seguro algo se le ocurriría, algo se inventaba, porque en términos generales Tatiana era así para todo, presta a resolver lo que hubiera que resolver, sino por su nuevo jefe, por como se había tornado todo en la oficina después de tantos años de un equilibrio que le permitió entregarse a lo que en verdad era su propia vida de la manera más genuina.

    Mendieta se demoró porque quiso pasar por la Avenida Novena, para ver cómo lucía aquel sector donde comenzó todo, su vida en Bogotá, en la empresa en la que compatible su primer trabajo. Como cabría esperar si Mendieta hubiera esperado algo, estaba caótica, con un trancón monumental. La casa que funcionaba como oficina de la pequeña empresa para la que trabajaba, operaba ahora como una farmacia de dos pisos. Mendieta pensó entonces que al igual que él todo se había transformado; ahora él era un hombre casado, feliz, padre de dos hijos, a punto de ser despedido de la empresa pero en definitiva otro hombre, más maduro, que había sabido sortear vicisitudes de todas las índoles, que le había respondido a su familia hasta donde había sido capaz. Y que de aquí en adelante, como decía la abuela Rosario, Dios proveería. Aun así no todos sus pensamientos fueron de ese talante positivo; se dedicó, también, a repasar su discusión con la nueva jefe, o lo que pudo haber sido una discusión de no aceptar sus argumentos de una obscenidad corporativa que bien podría costarle la cabeza, a ella, y no a él, que le había entregado. a la compañía sus mejores años.

    De eso se acordaba Mendieta cuando Tatiana le rebujó el cabello y lo condujo para adentro. Aquí al caballero se le olvidó pasar por la natilla, dijo, negando con la cabeza de manera festiva, a lo que siguió una algarabía de todos, que se rieron a carcajadas. Luciana se paró en medio de la sala con los brazos en horcajadas, mirándolo desafiante, para después perseguirlo con una bomba para agarrarlo a bombazos. Entonces Mendieta corrió por toda la sala, escabulléndose, muerto de risa como cuando era niño.

    La noche terminó de la mejor manera. Cuando se fueron todos, cuando estaban solo los dos, Tatiana y él, acostados, a la espera de que los venciera el sueño, Mendieta murmuró: es una bruja.

    Entonces Tatiana prendió la luz de la mesa de noche y esperó a que hablara.

    *Es uno de los escritores colombianos contemporáneos.

    de mayor reconocimiento. Su novela más reciente es

    ‘Los desagradables’ (Seix Barral, 2023).



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